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María Martín

20/10/14

La singular batalla del ácaro y el tomate

Cuando una diminuta araña roja (Tetranychus urticae), que apenas mide 0,3 milímetros y cuyas ocho patas solo se aprecian bajo lupa, ataca con su estilete una tomatera para extraer sus jugos vitales, la solanácea no permanece impasible, ni mucho menos. No está dispuesta a que la dejen como un coladero, así que, tal como explica Isabel Díaz, catedrática del departamento de Biotecnología y Biología Vegetal de la Universidad Politécnica de Madrid, desencadena una serie de reacciones químicas que pueden noquear al arácnido. Y no se queda ahí: incluso avisa a otras tomateras de que el enemigo está a las puertas. Medio centenar de científicos de todo el mundo, tanto americanos como europeos y asiáticos (japoneses y coreanos), se han reunido esta semana en el hotel Los Molinos (Vila) para estudiar en profundidad este y otros comportamientos de la araña roja, así como la biología y el genoma de una plaga que trae por la calle de la amargura a los agricultores de medio planeta por su capacidad de destruir cosechas y, consecuentemente, de provocar pérdidas multimillonarias.

En ese microscópico mundo se libra una cruenta batalla química (un Verdún en miniatura) en cuanto el ácaro asalta la planta con el propósito de zampársela: «Al comer, el ácaro suministra una serie de compuestos químicos que el tomate detecta y que disparan una serie de señales que activan un mecanismo de defensa». Díaz estudia todo ese curioso proceso, desde «el momento en que la planta percibe la señal, a cómo la percibe, qué receptores participan y cómo se inducen las respuestas hasta que se genera el producto final».

Hasta hace poco desconocían cómo reaccionaban los tomates (menudo carácter, quién lo iba a decir) ante el ataque de un ácaro. Parados no se quedan: «Tienen dos mecanismos de respuesta finales. Uno de ellos es directo: la producción de sustancias tóxicas antimetabólicas, antinutritivas. El segundo es muy curioso: la solanácea es capaz de emitir sustancias volátiles (como gases) para atraer ácaros depredadores del ácaro fitófago, de manera que le ayuden a defenderse del ataque». El enemigo de su enemigo es su amigo. «Incluso –subraya la científica madrileña– se ha comprobado que son capaces de emitir gases que avisan a las plantas vecinas para que empiecen a crear mecanismos de defensa antes de que sean atacadas por esa misma plaga».

Vacuna contra ácaros

El serbio Miodrag Grbic, profesor de Biología Molecular y Genómica en la Universidad Western Ontario (Canadá) y organizador del Congreso, cree que el conocimiento de ese ´aviso´ entre plantas permitirá crear «una especie de vacuna para que creen defensas incluso antes de que llegue el ácaro, de manera que cuando este ataque la protección ya lleve tiempo activada».

La sustancia tóxica que emite la planta atacada «no mata directamente al ácaro, pero reduce su población». No es mortal, pero consigue que la araña roja las pase canutas y no consiga su propósito: «Produce sustancias que inhiben la digestión del ácaro, que no puede seguir comiendo porque le bloquean el sistema digestivo», detalla Isabel Díaz. Eso sí, «el ácaro también intenta defenderse de los tóxicos que le genera la planta. Es una lucha continua». Una batalla química en un microcosmos.

A los científicos les interesa conseguir ese producto final, ya que aun siendo tóxico para los ácaros no deja de ser natural, de manera que algún día podría sustituir a los de síntesis química, cuyo fin o reducción drástica persigue la Unión Europea. «En 2013 –señala Grbic, Mike para quienes tienen problemas con la diabólica fonética eslava– descubrimos que la arabidopsis, de la misma familia del brócoli y de fácil manejo en laboratorio pero sin utilidad en el campo, produce una sustancia, el indol glucosinolato, muy tóxico para la Tetranychus urticae. Es un producto natural cuya toxicidad no puede eliminar el ácaro, al contrario que los pesticidas».

Porque si algo caracteriza a la araña roja es una extraordinaria facilidad «para desarrollar mucha resistencia a los acaricidas, a los productos químicos. Por eso son difíciles de controlar», apunta María Navajas, directora de investigaciones del Institut National de la Recherche Agronomique (INRA), en Montpellier (Francia). «¿Por qué tiene esa capacidad de resistencia? Porque posee un ciclo de vida muy corto: en 10 días pasa del huevo a convertirse en adulto, de manera que todas las mutaciones se producen muy rápidamente y los genes más resistentes se pueden seleccionar más rápidamente». Navajas estudia en el INRA cómo el calentamiento global afectará a la distribución de las plagas y han creado modelos sobre la probabilidad de que se extiendan hacia el norte o hacia el sur de Europa.

Kit para detectar toxicidad

Una de las aplicaciones en las que trabajan para combatir la araña roja, y en la que se han embarcado sendas empresas de Canadá y de Valencia, es el desarrollo de un kit que permita detectar a qué plaguicida es resistente: «Es muy importante, porque el Tetranychus urticae tiene una capacidad de adaptación tremenda. Se adapta a todo. Con el kit se podrá saber si sobrevivirá a un determinado pesticida y si, por tanto, merece la pena aplicarlo», según Díaz.

Vicent Arbona, miembro del departamento de Ciencias Agrarias y del Medio Natural de la Universitat Jaume I de Castellón, también ha colaborado en el proyecto de estudiar los mecanismos de defensa que desarrollan las plantas a la hora de responder al ataque de los ácaros: «Nace de una necesidad, pues en la Universitat trabajamos con cítricos, en los que la araña roja representa una plaga importantísima que afecta tanto a la propia planta como a la calidad de los frutos. Huelga decir que es de alto interés encontrar una vía que de forma no lesiva para la calidad de los frutos, sin el uso de pesticidas químicos, permita controlar la plaga». «Saber cómo responden las diferentes plantas a esos ataques –detalla Isabel Díaz– nos permitirá encontrar mecanismos alternativos de control: muchos serán específicos de esa plaga, pero otros servirán para controlar otras plagas».