Las IX Jornadas Universitarias del Vino Ecológico se centran en el medio rural

A finales del pasado mes de noviembre se celebraron en Logroño las IX Jornadas Universitarias del Vino Ecológico (JUVE). El evento reunió a alrededor de 200 expertos, entre los que se encontraban estudiantes de Enología de la Universidad de La Rioja y profesionales del sector vitivinícola.

Fecha: 14-Dec-2018

Fuente: Interempresas

Las Jornadas Universitarias del Vino Ecológico (JUVE), organizadas por Cultura Permanente, en colaboración con la Universidad de La Rioja, son un evento clave para el sector vitivinícola riojano. Celebradas en su novena edición con el apoyo del CPAER, Excell Ibérica, Corchos M. A. Silva & Garzón, Riojadhesivos, Rivercap y Verallia, tuvieron lugar los días 15, 20 y 26 de noviembre.

Enric Bartra, enólogo e investigador del Instituto Catalán de la Viña y el Vino (INCAVI), ofreció la conferencia ‘Adaptación de la viticultura ecológica al cambio climático’. La ponencia, primera de la novena edición de las JUVE, comenzó con una pregunta retórica: “¿Es sostenible lo que estamos haciendo?”, apoyada visualmente por una viñeta del coyote (el perseguidor incansable del correcaminos) percatándose de que el suelo había desaparecido bajo sus patas. Tras una puesta en situación (aumento de temperaturas medias y máximas, descenso de la disponibilidad hídrica, incremento en el grado alcohólico y descenso de la producción a medio y largo plazo, nuevas plagas como la Xylella fastidiosa y la Drosophila suzuki), destacó la necesidad de incidir en aspectos como el aumento de retención de agua y evitar la erosión del suelo, el control del vigor de las vides, el estudio de variedades resistentes a sequía y enfermedades, la mejora de la fertilidad (a través de variedades recuperadas o nuevas resistentes, el estudio de patrones de resistencia a la sequía, de aportaciones de compost y de incremento de carbono en el suelo) y de la adaptación a un incremento del azúcar y un descenso progresivo del nitrógeno en el mosto. Para este último aspecto, señaló el estudio de la levadura P29 y bacterias diversas.

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En cuanto al cobre, ante la demanda por parte de Alemania de limitar su uso y la limitación normativa a la renovación de fungicidas con cobre en España, Bartra abogó por el mantenimiento de las sales de cobre para el tratamiento de plagas vitícolas, ya que, según explicó, en general los suelos en nuestra geografía presentan unas características distintas a las de regiones más septentrionales, en cuanto a pH y capacidad de retención y, además, mientras no se encuentren alternativas ecológicas, las existentes son más agresivas para el medio ambiente.

Bartra indicó que el objetivo no puede ser otro que alcanzar las ‘emisiones cero’, para lo cual es preciso implementar el uso de energías renovables en viñedos y bodegas, así como reducir la huella de carbono y, en particular, la huella hídrica. Para lograrlo, propuso integrarla en el etiquetado del vino, a modo de semáforo, facilitando así que el consumidor disponga de información sobre el consumo de agua empleado en la producción y elaboración de cada vino.

Por último, hizo alusión a diversos proyectos como Vinovert, ORWINE, BioDiVine, EcoWinery y, en particular, PALVIP, en el que participa el INCAVI junto con Futureco y las universidades de Girona, Perpignan y Autónoma de Barcelona.

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Enric Bartra, investigador del INCAVI, durante su intervención.

La sostenibilidad bien definida

Durante el evento tuvieron lugar otras tres ponencias en el Aula Magna del Complejo Científico-Tecnológico (CCT) de la Universidad de La Rioja (UR), tras la inauguración de las Jornadas por parte de Belén Ayestarán, vicerrectora de Investigación de la Universidad de La Rioja, e Iñigo Crespo, presidente de la asociación Cultura Permanente, asociación promotora de las JUVE.

Ana María Díez-Navajas, investigadora del Instituto Vasco de Investigación y Desarrollo Tecnológico Neiker–Tecnalia, defendió la ponencia ‘Viticultura sostenible: el gran reto incuestionable’, que tuvo dos partes diferenciadas. Una primera parte consistió en definir ‘sostenibilidad’ (“que se puede mantener a largo plazo sin agotar los recursos o dañar gravemente el medio ambiente”) y hacer acopio de normativa y procedimientos, tanto de producción integrada, como de producción ecológica e incluso biodinámica.

La segunda parte se centró en el proyecto FITOVID, en el que han experimentado con diversos tratamientos (convencionales, de residuo cero, solo azufre y siguiendo las mediciones de estaciones meteorológicas situadas en las parcelas) ante plagas de mildiu y oidio, en ambos casos en parcelas de una hectárea subdividida según tratamientos. En el caso del mildiu, la parcela experimental se ubicó en Zarautz, en un viñedo de la variedad hondarrabi zuri (Txakoli) y en el caso del oidio en un viñedo de tempranillo en la localidad alavesa de Laguardia. En ambos casos se registraron casos de persistencias y derivas de diversos fitosanitarios, y se observó una sorprendente eficacia del tratamiento exclusivo con azufre (reducción de hasta el 43% con cuatro ‘manos’ del producto).

Díez-Navajas incidió en la trascendencia del gasoil empleado en los tractores como un factor clave en la huella medioambiental del manejo vitícola, por encima, incluso, de la huella de algunos tratamientos. Destacó también que “se controla mejor la sanidad donde hay más diversidad de especies”, y puso de ejemplo la conservación o creación de ribazos con romero, salvia, tomillo o las especies silvestres presentes en cada territorio, así como la necesidad de mantener los riachuelos y regatos naturales para evitar la erosión provocada por lluvias torrenciales. Señaló asimismo que la conversión a ecológico aumenta la vida en el suelo, que es fundamental para el buen estado del viñedo, y alabó las bondades de la viticultura de precisión para la optimización de los tratamientos y de su repercusión en el medio ambiente.

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Sanz Soguero, Díez-Navajas, Ayestarán, Crespo y Riera Smolinska. Foto: R. Marín.

Arrecifes en bodega submarinas

A continuación, Anna Riera Smolinska, bióloga marina en Crusoe Treasure, presentó la ‘creación de arrecifes en bodegas submarinas’ en la bahía de Plentzia, donde sumergen tanto jaulones con botellas de vino como barricas de madera. El proyecto, iniciado por Borja Saracho en 2010 y asesorado por Antonio Palacios, atesora monovarietales de Tempranillo, Syrah, Viognier, Albariño y Garnacha blanca, entre otros, durante períodos de 6 a 12 meses, a unos 20 metros de profundidad. Disponen para ello de una concesión de quinientos metros cuadrados del fondo marino de la bahía, donde realizan monitoreo de especies vegetales y animales.

A lo largo de ocho años de experimentación, han podido comprobar que existe intercambio de gases bajo el mar en las botellas, que cuentan con corcho y lacre a modo de cápsula. También han comprobado la proliferación de diversas especies de fauna y flora marina, entre las que destacan crustáceos como el quisquillón y equinodermos como los asteroideos o estrellas de mar.

Riera explicó que el vino está sometido al movimiento y los cambios de presión originados por las mareas y los temporales, así como a una temperatura que oscila entre los 13 °C en invierno y los 19 °C en plena canícula. Por último, señaló que se realizan catas comparadas entre botellas del mismo vino conservadas en bodega y bajo el mar.

Revitalizar el mundo rural

Francisco Javier Sanz Soguero fue el encargado de abordar la temática ‘viticultura sostenible y medio rural’, presentando a su vez su proyecto Vinos Ignius en Almonacid de La Sierra, localidad zaragozana de unos 750 habitantes situada en la comarca de Valdejalón. Después de resumir su historia personal (“estudia para poder irte”, le decían, mientras él “estudiaba para poder elegir quedarme en el pueblo”), insistió en la importancia de revitalizar el mundo rural con proyectos que apuesten por la autenticidad y basados en compartir conocimiento, ya que, según su experiencia de más de treinta años, “es algo esencial”, como también lo es la formación continua en el ámbito rural.

Adalid de la “viticultura de observación”, es decir, de más bota que bata, de ir mucho a la viña, y así ahorrarse, como este año, entre 5 y 7 tratamientos: “A mí me ha bastado con cuatro manos de azufre, mientras que en las parcelas vecinas han echado unas diez”. No han tenido mildiu por las características geoclimáticas de las parcelas, situadas entre los 600 y 900 metros de altitud, con una pluviometría de unos trescientos litros anuales. Además, en su caso, no ha necesitado de más tratamientos, ya que previene la plaga de polilla de racimo mediante la instalación de cápsulas de feromonas.

En sus viñedos emplea, desde hace más de una década, la cubierta vegetal sembrada, en concreto de avena fatua o “loca”, con un excelente resultado, ya que no persigue una producción cuantitativa sino cualitativa, auténtica y expresiva, con cepas que, en muchos casos, superan los setenta años de edad. Siega estas hierbas, que Sanz Soguero no llama ‘adventicias’ sino ‘acompañantes’, cuando están en floración “porque es cuando más nutrientes aportan a la parte más accesible del suelo para las plantas, una vez que han extraído minerales desde el subsuelo, hasta unos dos metros y medio de profundidad”. Según su dilatada experiencia vitícola, resulta imprescindible alimentar y revitalizar el suelo, para lo que también emplea técnicas biodinámicas.